La antigua tradición mística de los judíos tiene tres literaturas: El Libro de la Ley y los Profetas; el Talmud, que es una colección de comentarios a la Ley y los Profetas, y la Cábala, o interpretación mística de los textos. De estos tres, los antiguos rabinos dicen que el primero es el cuerpo de la tradición; el segundo, su alma racional, y la tercera, su espíritu inmortal. Los hombres ignorantes pueden con provecho leer el primero; los eruditos estudian el segundo, y el sabio medita en la tercera. Los Cabalistas conocen la sabiduría divina que Yahveh entregó a Abraham, que José comunicó a los sacerdotes en Egipto, que Moisés reveló por medio de símbolos en la Torá y que llegó a los rabinos estudiosos y ascéticos.
Según el Zohar, un libro del siglo XIII que es el libro sagrado de los cabalistas, Dios ha manifestado Su existencia en la Creación por medio de los sephirots o emanaciones. Los sephirots, organizados en un orden jerárquico, son mediadores entre el mundo material y el de lo invisible. Van de los estados espirituales a los físicos en una intrincada estructura llamada el Árbol Sefirótico, constituyen para el Adepto, los medios para encontrar la salvación. En el origen, el hombre era capaz de llegar a la cima del Árbol, formada por una tríada de Sephirots: Kether, la Corona; Chochma, la Sabiduría y Binah, el Entendimiento. Pero una vez fuera del Paraíso, no puede elevarse a menos que posea los secretos cabalísticos más allá de la segunda triada: Chesed, la Piedad; Geburah, el Poder y Tipheret, la Gloria Mundana. La mayoría de los hombres, sin embargo, sólo puede alcanzar las ramas inferiores del Árbol: las que pertenecen del todo al mundo material de los apetitos y las pasiones.
Mientras el Adepto es casto y abstemio, el Árbol permanece erguido y es posible aspirar a la salvación, pero en cuanto viola la Ley, el Árbol se invierte y el ascenso al cielo se transforma en una caída hacia el Qliphoth, el dominio de los desechos y los demonios. Y esto es precisamente lo que le sucede a Geoffrey Firmin y él lo sabe bien. Por eso en carta a Yvonne dice:
“¿O acaso me encuentras entre Misericordia y Comprensión, entre Chesed y Binah (pero aún en Chesed) –mi equilibrio, y el equilibrio lo es todo– meciéndose, columpiándose sobre el horrible vacío infranqueable, el omnímodo aunque irreversible camino del relámpago de Dios que regresa a Dios?” (Bajo el volcán)
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