Los Tlalhuicas fundaron
Cuauhnáhuac en el costado poniente de la barranca de Amanalco hacia el 1400.
Desde entonces, modificándose, pagando el paso del tiempo, desmoronándose y
edificándose, sobrevivió a todo y se dispuso para recibir al único Cónsul de su
vida. Firmin amó la Cuernavaca de 1930, que fue para él un lugar del mundo
convertido en símbolo del mundo y el único donde era posible estructurar una
ardua trabazón de nudos amorosos. “Abajo, ligeramente a la derecha, en el
gigantesco atardecer encarnado cuyo reflejo sangraba en las piscinas desiertas
esparcidas por doquier como otros tantos espejismos, extendíanse la paz y la
dulzura de la ciudad”.
Comenzando con aquellos
días en que caminaba con los Taskerson y siguiendo “al ebrio mundo que, girando
desaforado, precipitábase a la 1:20 p.m. hacia la Mariposa de Hércules”, Firmin
llegó a Quaunáhuac después de circular el orbe. Desde los campos de Cape Code,
Massachussets, hasta la India y el sur de Inglaterra; vio París y Granada y el norte de
Europa; navegó, bamboleándose en el océano, rutas de guerra y de paz y fondeó
en los mares más íntimos; recorrió el Himalaya, los Alpes y la tierra fría del
norte y, al fin, llegó a Quaunáhuac para vivir en el límite del mundo, porque
aquí encontró la frontera de la civilización: “una carretera amplia y hermosa,
de estilo norteamericano, entra por el norte y se pierde en estrechas
callejuelas para convertirse, al salir, en un sendero de cabras.” Entró por el
norte con todos los pertrechos de la cultura judeocristiana y recorriendo las
retorcidas calles de la ciudad, subiendo y bajando, asimilando y dejándose
nutrir por una cultura de “indios harapientos”, como si fuera procesado en un
delicado sistema digestivo, acabó destruyendo su aparato teórico crítico y
buscando, por ósmosis y capilaridad, la esencia del ser. Firmin, en Quaunáhuac,
devino místico, iniciado en los antiguos ritos del
alcohol, y no cualquier alcohol, porque hay grados, sino del mezcal. Así, de
pronto se encontró con su contradicción más penetrante: ser a la vez un vidente
preocupado por la soledad y un amante inconsolable en busca de una mujer a
quien ama y odia a la vez, como debe ser en todo amor profundo.
Además, en Quaunáhuac Firmin se libró de un mal notable que es ya epidemia, ¡Dios nos libre!, la
falta de raíces. Porque, aquí, donde todo se reduce a polvo, encontró tierra
para quedar bien plantado, arraigado; poderoso y simple. Solamente entró por
una carretera de estilo norteamericano, o por las vías de un tren con vagones
de estilo europeo, o en un avioncito parecido a un “minúsculo demonio rojo,
alado emisario de Lucifer”, y salió al sur, a la sola y dolorosa tierra, con
sus caminos surcando el viejo mundo, con sus prodigiosas tardes, con su luna
llena de mares, con su Iztaccíhuatl y Popocatépetl, “imagen del matrimonio
perfecto”, con sus serpeantes barrancas que van al inframundo y con “algunos zopilotes, más gráciles que las águilas, que
aguardaban flotando en lo alto como los papeles quemados que escapan de una
hoguera y a los que de pronto se ve volar, meciéndose, hacia arriba”.
FG
Quaunáhuac
18.03.18
Fotografía del archivo de La Casona Spencer
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