La primera vez que leí "Bajo el Volcán" fue cuando cursaba la carrera de Letras Inglesas. Al final del curso en literatura del siglo XX, debíamos escoger entre varias opciones y la novela cumbre de Malcolm Lowry, legendaria, oscura, infernal, fue sin duda la más tentadora, entre una lista que incluía la "Naranja Mecánica" de Burgess, "El señor de las moscas" de Golding y "Canta la hierba" de Doris Lessing. Uno de mis maestros, Colin White, quien como Malcolm Lowry fue alguna vez navegante y también estudiante en Cambridge, comentó que cuando él estaba en la carrera, a nuestra edad, todos querían leer libros difíciles, debatirse por entenderlos, delinear su estructura con la precisión de un científico, desenterrar los secretos de su simbología; fue mucho tiempo después, nos dijo, que comenzó a disfrutar en verdad de la genialidad de muchos escritores, que comenzó a vivirlos y a “responder” a ellos. “La poesía”, nos repetía Colin constantemente, “no se trata tanto de entender, sino de responder a ella, de dejarse provocar por ella”.
La primera vez, pues, que leí "Bajo el Volcán", me debatía por entenderla, desmenuzarla, desentrañarla, esto es, por encontrar las huellas de la influencia del cine expresionista alemán, por estructurar la tirada profética del Tarot que correspondía a sus capítulos (con la Rueda de la Fortuna, el Carro, el Colgado), por enlistar cada uno de sus símbolos y determinar su numerología (el caballo, el número siete, la muerte), por encontrar las similitudes entre este viaje a los infiernos y el viaje en el "Ulises" de Joyce o en otras novelas contemporáneas. No llegué muy lejos en cuanto se refiere a “responder” a esa prosa insólita, inigualable, borracha de sobriedad y lúcida hasta la embriaguez, de ese tardío romántico obsesionado con el mar, con sus islas ocultas y sus tormentas, que fue Malcolm Lowry.
En una segunda lectura, sólo ocho años después, descubro entre otras cosas que si es cierto que Lowry mantiene una relación estrecha con sus contemporáneos literarios, con Eliot y su "Tierra Baldía", con Joyce y su "Ulises", con Woolf y su "Señora Dalloway", aquello que lo separa de ellos es lo que lo ha convertido en el más admirado a un nivel sentimental, más recordado por los amantes de la literatura de viajes, más leído sin el peso de la academia. Lowry es, a diferencia de sus contemporáneos, un escritor que se aferra aún a la subjetividad romántica del siglo XIX, aunque su maestría narrativa sea ya la del siglo XX, obsesionado con el flujo de conciencia, con el paso del tiempo y su relatividad, con la fuerza de la inacción. Los personajes de "Bajo el Volcán", parecen los héroes byronianos que, despojados ya de la energía de su primera juventud y sin la posibilidad de morir jóvenes, traicionados sus ideales, fueron a encallar contra el siglo XX, contra sus guerras, su decepción, sus contradicciones. La soledad, el aislamiento, el deseo de caer, el amor y el perdón como única escapatoria, son escritas por Lowry como las hubieran escrito Byron, Shelley o Coleridge, si hubieran conocido el siglo XX.
"Bajo el Volcán" es una novela profundamente personal, subjetiva, cargada de la emotividad que sólo puede ofrecernos una narrativa altamente autobiográfica. Lowry es, de forma tardía, de esos escritores cuyo personaje es él mismo: irremediablemente, sus lectores lo confundimos con Geoffrey Firmin, el Cónsul. De ahí la obsesión de muchos de nosotros, románticos de closet, de seguir buscando a este fantasma inglés en Cuernavaca que, nos imaginamos, todavía ronda las cantinas en busca de la siguiente copa. Si en vida, Lowry escapó de Cuernavaca, en muerte su recuerdo queda arraigado para siempre a este jardín, que es suyo.
Me gusta pensar en "Bajo el Volcán" como la última historia de navegantes que van en busca de su redención, de la conciencia, de un paraíso que resulta al final ser el infierno. “Claro que no está en México, sino en el corazón”, nos dice el Cónsul.
Como el "Ulises" de Joyce, como "La Tierra Baldía" de Eliot, "Bajo el Volcán" es uno de esos libros que con asombrosa rapidez adquirió el terrible estigma de clásico: esos libros, decía Oscar Wilde, de los que todos hablan y nadie lee. Sin embargo, entre "Ulises", "La Tierra Baldía" y otros jóvenes clásicos del siglo XX, me atrevo a decir que "Bajo el Volcán" es de los más leídos, de los más recordados, de los que tienen más sinceros adeptos. Prueba de esto es este homenaje a cien años del nacimiento de Lowry. Y como con la poesía, uno debe dejarse provocar por "Bajo el Volcán", uno debe “responder” a la prosa de Lowry, una prosa que emborracha pero ilumina, incluso más que el mezcal.
1 comentario:
Gracias, muy interesante.
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