But the door was still a door and it was shut: and now ajar. Through it, on the porch he saw the whisky bottle, slightly smaller and emptier of hope than the Burke’s Irish, standing forlornly. Yvonne had not opposed a snifter: he had been unjust to her. Yet was that any reason why he should be unjust also to the bottle? Nothing in the world was more terrible than an empty bottle! Unless it was an empty glass. But he could wait: yes, sometimes he knew when to leave it alone. He wandered back to the bed thinking or saying:
‘Yes: I can see the reviews now. Mr Firmin’s sensational new data on Atlantis! The most extraordinary thing of its kind since Donnelly! Interrupted by his untimely death... Marvellous. And the chapters on the alchemists! Which beat the Bishop of Tasmania to a frazzle. Only that’s not quite the way they’ll put it. Pretty good, eh? I might even work in something about Coxcox and Noah. I’ve got a publisher interested too; in Chicago – interested but not concerned, if you understand me, for it’s really a mistake to imagine such a book could ever become popular. But it’s amazing when you come to think of it how the human spirit seems to blossom in the shadow of the abattoir! How – to say nothing of all the poetry – not far enough below the stockyards to escape altogether the reek of the porterhouse of tomorrow, people can be living in cellars the life of the old alchemists of Prague! Yes: living among the cohabitations of Faust himself, among the litharge and agate and hyacinth and pearls. A life which is amorphous, plastic and crystalline. What am I talking about? Copula Maritalis? Or from alcohol to alkahest. Can you tell me?... Or perhaps I might get myself another job, first of course being sure to insert an advertisement in the Universal: will accompany corpse to any place in the east!’
Under the Volcano, Chapter 3
Pero la puerta seguía siendo una puerta y estaba cerrada: ahora estaba entornada y veía, al través, la botella de whisky abandonada en el porche, ligeramente más pequeña y más vacía de esperanza que el irlandés Burke. Yvonne no se había opuesto a que bebiera un sorbito: fue injusto con ella. ¿Pero había razón alguna para serlo también con la botella? ¡No había en el mundo cosa más horrible que una botella vacía! Salvo un vaso vacío. Pero podía esperar: sí, a veces sabía cuándo dejarlo. Regresó lentamente a la cama pensando o diciendo:
—Sí: puedo ver las críticas. ¡Últimos informes sensacionales que sobre la Atlántida aporta el señor Firmin! ¡Lo más extraordinario en su género desde Donnelly! Interrumpidos por su muerte prematura... Maravilloso. ¡Y los capítulos sobre los alquimistas! Con los cuales queda reducido a añicos el Obispo de Tasmania. Sólo que no lo expresarán así exactamente. Está bastante bien, ¿eh? Quizás pueda hasta ponerme a trabajar en algo sobre Coxcox y Noé. Además, tengo un editor que se interesa: en Chicago... se interesa, pero no se preocupa, si me entiendes; porque en realidad es un error imaginar que semejante libro pueda llegar a ser popular. Pero es sorprendente, si te pones a pensar al respecto, ¡cómo parece florecer el espíritu humano a la sombra del matadero! ¡Cómo —para referirme a toda la poesía— no muy lejos, bajo los corrales de ganado, por escapar del todo a la peste de los figones del mañana, puede vivir la gente en sótanos la existencia de los antiguos alquimistas de Praga! Sí: vivir entre los bienes parafernales del mismo Fausto, entre litarges y ágata y jacinto y perlas. Una vida amorfa, plástica y cristalina. ¿A qué me refiero? ¿A ‘la Copula Maritalis’? ¿O a pasar del alcohol al alkahest? ¿Puedes decírmelo?... O tal vez podría conseguirme otro empleo, asegurándome primero, claro está, de haber puesto un anuncio en ‘El Universal’: «¡acompañaré cadáver a cualquier punto del Oriente!»
Bajo el volcán, Capítulo III