Antes, creíamos que el Origen (con “O” mayúscula, por supuesto) daba orden y sentido al conjunto, pero Darwin (1809-1882) comenzó a pensar de modo más humilde, pensó en el ojo, por ejemplo, y descubrió que la información genética y las presiones ambientales, la selección natural, funcionan de manera no intencionada y contingente para producir la enorme variedad de ojos que tenemos en este planeta y que seguirán transformándose en un proceso que va a desencajar, deformar, transformar y transfigurar a los ojos hasta el fin de los tiempos…
También creíamos que teníamos una ascendencia sagrada, que veníamos de una estirpe de dioses con un Plan Maestro, pero Marx (1818-1883) comenzó a pensar de modo más humilde y revisó la historia y descubrió que “el hombre produce al hombre” y que hemos ido transformándonos en un proceso que va a desencajar, deformar, transformar y transfigurar a las personas hasta el fin de los tiempos…
En su libreta personal, Malcolm Lowry trazó una línea abajo del 7 de junio de 1944 y copió allí la historia del Génesis, cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso. No podemos volver al paraíso, ese estado de inocencia prehumano está perdido para siempre. Sólo nos queda seguir adelante en un proceso que va a desencajarnos, deformarnos, transformarnos y transfigurarnos hasta el fin de los tiempos…
Impulsados por un constante desequilibrio (como el Cónsul), nos hemos convertido en peregrinos (como el Cónsul) y estamos obligados a caminar (como el Cónsul), con esfuerzo constante (como el Cónsul), a lo desconocido. “…mientras que él caía, caía en el interior del volcán, después de todo debió haberlo ascendido, si bien ahora había este ruido de lava insinuante que crepitaba en sus oídos horrísonamente, era una erupción, aunque no, no era el volcán, era el mundo mismo lo que estallaba, estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al espacio, con él, que caía en medio de todo, en el inconcebible estrépito de un millón de tanques, en medio de las llamas en que ardía un millón de cadáveres, caía en un bosque, caía...” (Bajo el volcán, Capítulo XII).
La única salida posible es seguir adelante y enfrentar la verdad: admitir que no hay un poder trascendente, que estamos aquí solos ante la indiferencia del universo, que la vida es mortal y pasajera, que somos responsables de nosotros mismos y que usando nuestros propios poderes es posible dar significado a nuestra vida.
Enfrentar la verdad, sin pánico, puede llevarnos a reconocer que no existe otro significado de la vida más allá del que podemos darle al desplegar nuestros poderes (la curiosidad, la imaginación, el raciocinio, la creatividad, el trabajo, el amor) y que sólo una consciencia constante puede evitar que fracasemos. Igual que el Cónsul en Bajo el volcán. Claro, el costo es alto, es altísimo porque supone innovar sin saber bien a bien cómo; pero, qué más da, el costo siempre ha sido alto desde que salimos del paraíso… y el camino no tiene fin… El viaje que nunca termina…
¿Le gusta este jardín que es suyo?
¡Evite que sus hijos lo destruyan!
FG
Quauhnáhuac
21.04.19
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