El problema de fondo de Bajo el Volcán es la justicia. ¿Por qué el Cónsul, haciendo lo que hace, recibe lo que recibe? ¿Por qué Yvonne, haciendo lo que hace, recibe lo que recibe? ¿Por qué cada uno de los personajes, viviendo a su modo, tienen los resultados que tienen? Y ¿por qué todo sucede ante la indiferencia del mundo? ¿No hay justicia?
Según explica Carl Sagan, después de millones de años de evolución llegamos a tener una mente capaz de entender problemas, de solucionarlos, de comprender las leyes del mundo y de aplicar ese saber. Pero el cosmos es indiferente con nosotros. No somos una parte importante del cosmos, no tenemos un lugar privilegiado, no somos los reyes de la creación. El mundo no fue hecho para nosotros, no parece que vayamos a sobrevivir a la increíble cantidad de tiempo que está por venir y, por supuesto, eso no es justo. No hay justicia o, por lo menos, no en nuestros términos.
Dos niños encontraron una bolsa con doce canicas. Discutieron sobre cómo dividírselas y finalmente fueron a ver a Mullá Nasrudin. Él les pidió que resolvieran su desacuerdo. Como no lo lograban, Mullá les preguntó si querían que dividiera las canicas como lo haría un ser humano o como lo haría Alá. Los niños respondieron: "Queremos que sea justo. Divida las canicas como lo haría Alá". Entonces, Mullá contó las canicas y le dio tres a un niño y nueve al otro.
Hay un experimento con monos capuchinos que nos permite ver cuál es la naturaleza de nuestra mente. En un laboratorio hay dos monos que reciben por el mismo trabajo un pepino como retribución. Un día, por el mismo trabajo uno recibe el pepino de siempre y el otro, un racimo de uvas. El que recibe pepino, protesta. Cuando vuelve a repetirse la injusticia, se enfurece.
Esto fue lo que le pasó a Caín. Abel ofreció los primogénitos de su rebaño y la grasa de las ovejas. Caín ofreció los frutos del campo. Yahvéh aceptó la ofrenda de Abel. Caín enloqueció de furia y mató a su hermano (Génesis, 4,1-16. Corán, 5, 27-32).
Ese es el tema que Lowry está bordando con una delicada filigrana en Bajo el volcán. ¿Por qué Jacques M Laruelle, Hugh, Yvonne Griffaton y el Cónsul tienen lo que tienen? ¿Por qué la justicia es como es? Y ¿por qué (que es donde está la verdadera tragedia) nuestra mente busca patrones que nada tienen que ver con la realidad, llevándonos a la infelicidad y sacándonos fuerzas interiores que nos hacen sentir "horror de nosotros mismos"?
La realidad no es buena o mala ni bonita o fea ni esperanzada o desesperanzada ni atractiva o repulsiva ni justa o injusta. La realidad es, el resto está en nuestras cabezas. Karl Popper ha dicho: “nuestra conexión con la realidad está siempre cargada de teoría”. Los griegos temían ya este demérito del mundo con nuestras “absurdas opiniones”, según dijo Aristóteles, y el mejor ejemplo de hasta qué grado conocían las consecuencias de considerar nuestras “absurdas opiniones” como la “verdad” nos la da el famoso argumento de Platón contra Protágoras en Teeteto.
Eso es lo que Lowry está reflexionando en la novela y por eso Bajo el volcán es un libro sagrado, pero no encuentra salida…
“—Cuidado, no vayas a perder el camino por allí, Hugh; es algo engañoso. Y ten cuidado con el tronco caído. Hay una escala por este lado, pero tienes que saltar por el otro.
—Saltemos, pues —dijo Hugh—. Debo haberme salido de tu camino.
Al oír Yvonne los quejumbrosos lamentos que emitía la guitarra de Hugh mientras éste golpeaba contra el estuche, llamó: —Aquí estoy; por aquí.
‘Hijos del pueblo que oprimen cadenas
esa injusticia no debe existir;
si tu existencia es un mundo de penas,
antes que esclavo, prefiere morir, prefiere morir...’
Cantaba, irónico, Hugh.
De pronto, comenzó a llover a torrentes. Un viento, cual tren expreso, barrió el bosque en vertiginosa carrera; precisamente delante de ellos estalló el relámpago entre los árboles con salvaje rugido desgarrador de trueno que hizo temblar la tierra...
Hay, a veces, cuando estalla el trueno, otra persona que piensa por uno, alguien que pone al abrigo los muebles de nuestro pórtico mental, cierra y pone los postigos a las ventanas de la mente contra lo que parece menos aterrador como amenaza que como distorsión del recogimiento celestial, una estrepitosa locura de los cielos, una forma de catástrofe que los mortales tienen prohibido observar de muy cerca: pero en la mente queda siempre entornada una puerta —como se sabe que los hombres en las grandes tempestades dejan abiertas sus puertas verdaderas para que por ellas pase Jesús— para el ingreso y la recepción de lo inaudito, la temible aceptación de la centella que nunca cae sobre uno, para el relámpago que siempre cae en la próxima calle, para el desastre que tan raras veces golpea en la desastrosa hora probable, y por esta puerta mental Yvonne, que seguía equilibrándose en el tronco, percibió ahora algo ominosamente aciago” (Bajo el volcán, Capítulo XI).
FG
Quauhnáhuac
07.01.19
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