Fotografía Óscar Menéndez
Los muertos de Comala y del Parián
Infiernos paralelos en el México del siglo XX
Por Alberto Rebollo
La novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry (publicada en castellano en 1964) es la historia de dos muertos contada por ellos mismos y por una voz omnisciente en un larguísimo flashback o analepsis desarrollada en Quauhnáhuac y más específicamente en Parián, donde la pareja de enamorados muere. El ambiente no puede ser más nefasto: para Lowry México siempre fue un paraíso infernal y la trama se desarrolla en la época de la guerra de los Cristeros durante un día de muertos. En Pedro Páramo, de Juan Rulfo (1955) asistimos a un pueblo llamado Comala (de comal: ardor, infierno), en donde los muertos van contando su propia historia sólo que aquí, curiosamente, los muertos prosiguen su historia después de haber sido enterrados y siguen hablando como si siguieran vivos. En el día de muertos de Bajo el volcán de 1939, Yvonne y el Cónsul (muertos un año atrás) de alguna forma regresan del inframundo para contar su historia de amor infeliz; la frase introductoria que se presenta al terminar el primer capítulo en la feria del centro de Quauhnáhuac dice así: “la rueda luminosa giraba al revés…” Lowry sabe que en México los muertos vuelven un día al año y por eso Yvonne y el Cónsul llegan a nosotros justo un año después en día de muertos y a través de un libro y se vuelven míticos e inmortales, pero Rulfo va aún más allá, porque como cualquiera que viva o haya vivido en México habrá notado, aquí curiosamente no hay una frontera clara entre los vivos y los muertos y esto viene desde nuestros antepasados aztecas; en el mundo occidental y como parece obvio la muerte marca una clara línea divisoria entre la gente, pero en la tradición prehispánica no, en la cosmovisión prehispánica la muerte simplemente implicaba un cambio de estado pero no un alejamiento ni una fractura irreparable sino un tipo distinto de convivencia. En otros países cuando alguien muere se le convierte en cenizas, te lo dan en un jarrón y cada quien se va a dormir a su casa, pero en México no, en México al muerto se le llora, se le vela, se le hace una procesión, se le canta, se le entierra, se le reza durante días y frecuentemente, incluyendo claro el día de muertos, se le acompaña en el panteón en donde no sólo se llevan flores sino se realizan incluso jolgorios, festines, taquizas y borracheras en honor del difunto. Obviamente los amigos y familiares platican con el muerto y hasta cigarritos le convidan; en suma, los muertos en México son vistos como si de alguna forma siguieran entre nosotros. Rulfo capta esta realidad mexicana, esta forma de ver la muerte presente en los pliegues del aire y lo plasma de manera magistral en su novela. Cuando muere Susana, la única mujer que Pedro Páramo amó realmente, la gente del pueblo sale a “penar” pero todo termina en una gran fiesta tan desmedida que Pedro Páramo no lo puede soportar:
"Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.
Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más.
La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:
—Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.
Y así lo hizo".
En Bajo el volcán hay un pasaje similar cuando de pronto en una alegre procesión dice:
"Surgido de la nada, navegaba el entierro del niño; al diminuto ataúd cubierto de encaje seguía la banda (dos saxofones, un guitarrón y un violín que, sorprendentemente tocaban ‘La Cucaracha’), detrás venían las mujeres, solemnísimas, en tanto que poco más lejos algunos mirones bromeaban y, casi correteando, levantaban unas tolvaneras en la cual se desparramaban".
En la novela de Juan Rulfo un tanto me parece también como venganza la gente celebra la muerte de Susana y el desmoronamiento moral de Pedro Páramo. Terminado este gran evento la gente es desterrada de Comala y Pedro Páramo se queda solo a esperar la muerte. Rulfo entonces, basado en esta ausencia de fronteras entre los vivos y los muertos, que también entiende Lowry, cuenta una historia que comienza de manera realista en la que un joven llamado Juan Preciado ve morir a su madre y le hace la promesa de ir a buscar a su padre Pedro Páramo a Comala donde le cobrará todo lo que no le dio en su vida. Pero la novela toma un sabor fantástico cuando el joven Juan Preciado de pronto se ve inmerso en un pueblo fantasma lleno de ecos del pasado y de muertos vivientes con descripciones tan escalofriantes como la siguiente:
"Ése fue el sueño "maldito" que tuve y del cual saqué la aclaración de que nunca había tenido ningún hijo. Lo supe ya muy tarde, cuando el cuerpo se me había achaparrado, cuando el espinazo se me saltó por encima de la cabeza, cuando ya no podía caminar. Y de remate, el pueblo se fue quedando solo; todos largaron camino para otros rumbos y con ellos se fue también la caridad de la que yo vivía. Me senté a esperar la muerte. Después que te encontramos a ti, se resolvieron mis huesos a quedarse tiesos. "Nadie me hará caso", pensé. Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este rincón donde me tienes ahora. Sólo se me ocurre que debería ser yo la que te tuviera abrazado a ti. ¿Oyes? Allá fuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la lluvia?
—Siento como si alguien caminara sobre nosotros.
—Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados".
Este pasaje tan intenso, recuerda un tanto al no menos tétrico título de la siguiente novela de Lowry: Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. La perspectiva es la misma; ver la vida o pensar la vida desde el interior de un féretro que está bajo la tierra. El escritor inglés, por su parte, de manera profética termina su novela Bajo el volcán en un pueblo llamado Parián, entonces un pueblo ajetreado en la sierra de Oaxaca, de influencia política y militar importante pero que hoy, luego de la desaparición del tren de pasajeros de México, está convertido en un auténtico pueblo fantasma donde viven apenas unas siete personas. En Bajo el volcán, en el pueblo del Parián, el Cónsul es asesinado por fascistas de derecha y luego tirado a la barranca junto con un perro muerto quien, seguramente, lo acompañará a cruzar el rio del inframundo, como creían los aztecas. Pero hablo de Parián porque tuve la oportunidad de visitar el pueblito hace unos pocos años y es realmente increíble la similitud que tiene con las descripciones del Comala de Rulfo. Incluso le propondría a Óscar que filmaramos una película de Pedro Páramo en Parián como Comala y quedaría maravillosa.
No hay la menor duda de que Comala es el infierno (cito plática al inicio entre Juan Preciado y Abundio):
"—Hace calor aquí —dije.
—Sí, y esto no es nada —me contestó el otro—. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija".
En Comala Juan Preciado morirá de miedo y al final se convierte en un pueblo habitado por espectros, ecos y fantasmas. “Fantasmas, fantasmas como en el Casino vivían aquí ciertamente” dice Lowry en Bajo el volcán, mientras que del Parián se dice que, al igual que Comala “es un infierno” en el cuál morirá asesinado el Cónsul. Muertos que van de camino al infierno en un paraíso infernal que cada día tiene menos de paradisíaco y más de infernal.
Salud!