Este blog fue creado con el propósito de unir a la comunidad lowryana de todo el mundo a fin de intercambiar ideas e información sobre el escritor, además de promover y organizar conferencias, coloquios y otras actividades acerca de su obra. Cuernavaca, Morelos, México.
FUNDAÇÃO MALCOLM LOWRY
FUNDAÇÃO MALCOLM LOWRY
Este blogue foi criado com o intuito de unir a comunidade lowryana de todo o mundo, a fim de trocar ideias e informação sobre o autor, promover a organização de conferências, colóquios e outras actividades relacionadas com a promoção da sua obra. Este é o primeiro sítio trilingue feito no México sobre o tema. Cuernavaca, México.
Malcolm Lowry Foundation
This blog was created to comunicate all lowry scholars, fans and enthusiastics from around the world in order to promote the interchange of materials and information about the writer as well as organize events such as lectures, colloquiums and other activities related to the work of the author. Cuernavaca, Mexico.
FONDATION MALCOLM LOWRY
Ce blog a été crée dans le but de rapprocher la communauté lowryenne du monde entier afin de pouvoir échanger des idées et des informations sur l'auteur ainsi que promouvoir et organiser des conférences, colloques et autres activités en relation avec son oeuvre. Cuernavaca, Morelos, Mexique.
viernes, 23 de abril de 2010
"El mezcal de la Calavera"
por Mario A. Carrillo Ramírez-Valenzuela
“Pensó: 900 pesos = 100 botellas de whisky = 900 idem de tequila.
Ergolis: no debía uno beber tequila ni whisky, sino mezcal”
Malcolm Lowry
I
(Diario de Martin Ninck, 10 de Agosto de 1957)
Los rumores dicen que el arqueólogo Herman Bartleby lo halló en una antigua tumba Zapoteca en el año de 1936. Acurrucado entre collares, plumas, estatuillas, hojas de tabaco y medallones de cacao, el esqueleto abrazaba fieramente una vasija. Como si se tratara del corazón del mundo o la esencia de los espíritus, los huesos, que alguna vez fueran manos, sostenían el recipiente de barro con delicadeza: “la precaución que acompaña al hálito oscuro de algunos muertos…” en palabras de Bartleby. El barro negro tenía motivos mortuorios. Volando eternamente hacia la izquierda, de manera inocente y perturbadora, unos pájaros habían sido tallados en el cuello. El arqueólogo no dudó y tomó la vasija.
Solo, en la habitación de un motelucho oaxaqueño, Bartleby abrió la tapa del contenedor. Un vaho oloroso saltó del interior, impregnando el cuarto de un aroma a copal y maguey. La exhalación hizo que Bartleby retrocediera pero, al respirar, el arqueólogo supo de inmediato lo que tenía enfrente: “El mezcal es una bebida perentoria, un brebaje iniciático, uno se pone en contacto con las fuerzas que rigen la circulación del mundo…” Esa noche, ni los indios que vendían artesanías en el portal de la posada, ni el gerente tuerto, ni las muchachitas que se prostituían por obligación de sus padres, penetraron en la conciencia de Bartleby. “Yo fui, yo era, yo estaba siendo el centro del universo, con el primer trago construí el mundo, mi mundo, y entonces ya no estaba en México, ni había gente extraña dando risotadas, con ámpulas en la piel y bigotes a medias. Tampoco era Inglaterra y nubes borrascosas y el eco del Big Ben acosándolo a uno en cada esquina…”
Bartleby vertió el contenido en una botella para guardar la bebida; la forma del envase era la de una deidad Zapoteca con el rostro cubierto por una máscara, la máscara de la muerte. El cristal era opaco, esto le daba al líquido un color plateado tan peculiar como el sabor: “es puro, ardiente y frío, es un agua maligna. Acentúa la desesperación del hombre, contradice sus pensamientos y los reformula. El sabor es la síntesis de la ideas, el paladar es la hoja donde se ensaya, se tachonéa, se borra y se impregna la sentencia mortal”
Herman Bartleby desapareció en mayo de 1956 en la ciudad de Cuauhnáhuac, donde fijó su residencia. Ahí contrajo matrimonio con una mestiza muchos años menor que él. No tuvieron descendencia. Poco tiempo después de establecerse en la ciudad fundó la compañía “Mezcal de Plata”, que continúa elaborando la bebida y distribuyéndola por encargo. La lista de compradores es extensa, los nombres que se hallan en ella son los de importantes personajes. Muchos son polémicos intelectuales y artistas, otros, odiados dirigentes y político. Incluso aparecen nombres desconocidos o de fantasmas de la creencia popular.
La mujer de Bartleby es una ermitaña que labora a la sombra de los ojos del sol. Los lugareños creen que ella fue la que asesinó al marido para quedarse con la fortuna. El cuerpo probablemente haya sido enterrado en alguna parte del jardín trasero. La policía no puede hacer nada, las pruebas son insuficientes para pedir una orden de cateo. No hay testigos ni indicios claros…
II
Herman Bartleby conoció al escritor inglés Malcolm Lowry en 1930 en una taberna londinense. Lowry había entrado completamente borracho, despeinado y ahogándose con un cigarro de tabaco negro. Brumoso, se acercó a la barra. En el rostro se le dibujaba una mueca soberbia y discriminante, como diciendo “yo soy mejor que todos ustedes, podré estar muy ebrio, pero no me llegan ni a los talones”. Pidió un vaso de ginebra. Arrastró cada sílaba al decir “vaa-ssoo-ddde-giii-nnne-brrraa”, el tabernero le asentó la bebida y le advirtió que no quería problemas, no dentro del establecimiento.
Sentado junto a él, Bartleby estaba bebiendo un whisky, escribía en una libretita de tapas de cuero café al igual que el líquido de su vaso. Lowry, curioso, se plantó atrás del hombre y en un movimiento rápido le quitó la libreta. “¡Hey, le dije que no quería problemas!”, gritó el tabernero aporreando una botella de Scotch. Lowry no le prestó la mínima atención. Era el rey de los borrachos y podía hacer lo que le pegara en gana. “Yo tengo dinero, usted alcohol, sólo continúe sirviendo y cállese”, esta vez la oración sonó perfectamente limpia, sin seseos ni hipos. “¿Qué es el mézh-calh?”, preguntó Lowry justo antes de que el enorme puño del tabernero irrumpiera contra sus dientes. Tras un vuelo fulminante, Lowry aterrizó en una mesa partiéndola en dos, haciendo estallar botellas, vasos y ceniceros. Todos los presentes callaron asombrados por el escándalo.
Se levantó. Lo único que se oía era el crujir de los cristales. El rostro ensangrentado, los brazos mojados y cortados, la escarcha de botellas cayendo del pantalón, Lowry estaba hecho jirones. Caminó hacia la barra, tambaleándose, como si se encontrara en la cuerda floja de un circo. Ante la mirada enfurecida del tabernero, tomó la botella de ginebra y le dio grandes tragos. De su garganta explotó un grito de guerra, altivo, remoto. Cogió al tabernero de la camisa y lo aventó fuera de la barra. En el piso, lo pateó violentamente y lo llevó al baño, donde azotó su cabeza en el retrete. “Hijo de perra”, alcanzó a decir. Varios borrachos salieron asustados del baño, pringados de orín y con hilillos de vómito colgando de la boca. No podían creer lo que habían visto. Lowry parecía estar poseído por un perro de peleas.
Cuando regresó del baño, Lowry tenía las perneras del pantalón húmedas y, tras de sí, el agua rancia comenzaba a fluir como si él la llamara. Bartleby continuaba sentado en la barra, atónito. El escritor agarró la botella de ginebra y la finiquitó de un largo trago.
“Muy bien, cuénteme ¿qué es eso del Mézh-calh?”
III
(Diario de Martin Ninck, 14 de Agosto de 1957)
La gente de Quauhnáhuac llama a la mujer de Bartleby “la loca del gringo”, otros “la loca que mató al gringo”. Nadie está seguro de su verdadero nombre, lo más probable es que sea María como todas las mujeres de este país. La casa donde vive, resguardada por una barda de tres metros de ladrillos, se encuentra en la calle Humboldt. El barrio no está pavimentado. Los caminos son de tierra, pero planos, sin huecos ni piedras.
Desde el techo de una casa abandonada observo a la mujer; la estudio detenidamente. La altura me permite ver una vivienda de cinco o seis cuartos, de una sola planta con jardines que la rodean y una bodega de gran tamaño separada del edificio principal. Ahí debe elaborarse el famoso “Mezcal de Plata”. Me parece increíble que ella sola realice todo el proceso de producción de la bebida. Lleva una rutina simple e invariable: muy temprano en la mañana cruza a la “fábrica”, horas después regresa a la casa para comer (la cocina tiene una ventana por donde puedo verla, siempre come sola); a las seis de la tarde riega los jardines y hace trabajos botánicos, tarareando una canción que no termino de reconocer.
Cada quince días, los lunes, una carretilla tirada por una mula levanta el polvo del camino y para en la casa Bartleby. Un campesino agita con desgano la campana que cuelga junto a la puerta. El hombre tiene la espalda completamente encorvada, es un anciano. Espera unos minutos hasta que en el umbral aparece la mujer de Bartleby. Entre ella y el anciano bajan de la carreta diez sacos con pencas de agave. El viejo no entra a la casa. Esto dura entre diez y veinte minutos, luego el campesino se va seguido por un telón de tierra.
He hablado con él, no sabe nada, ni siquiera el nombre de la mujer (él la llama “la mujer del gringo”). A pesar de la imagen huraña que los pueblerinos me pintaron, ella no parece arrojada a la demencia, ni siquiera presenta manías extrañas salvo su “actitud antisocial”. A veces creo que es consciente de que la espío, que me presenta un rostro falso, encubriéndose… tal vez ese vestido blanco, esa luz ceñida a su cuerpo, sean para despistarme…
No tengo más remedio que seguir investigando. Si la noche me brinda una condición de gato, si la curiosidad propone una capa que me haga invisible, uno con el sonido de los grillos, entonces entraré a la casa. Me pregunto si la mujer de Bartleby andará por las habitaciones hablando dormida. La imagino caminando por los pabellones de la casa, serena, con un camisón de niebla delgada, apenas difuminando su vientre, su ombligo nocturno. Me pregunto qué tanto finge un sonámbulo el sueño vívido. Si la beso ¿soñará que soy yo?, si la toco ¿verá mis manos en las nubes del deseo?
Esta mujer es una asesina. “María”, “la loca del gringo”, ¿quién es realmente? Colocó su voz al pie del abismo y la pateó, sonriendo, disfrutando la extinción de la alborada. ¿Asesina o asesinada? El eco del nombre Herman Bartleby vuela desde las entrañas del volcán…
IV
- Así que éste es el mézh-calh, ¿eh? – Lowry acercó la boca de la botella a su nariz e inhaló, con la actitud de un perfumista veterano – no parece nada extraordinario… bue… eso no lo sabré hasta haberlo probado, ¿no?
Un lugar pequeño y en penumbra. La mañana no lograba deslizarse a todas las mesas de la cantina “El farolito”. La madera fuerte y barnizada, los posters de mujeres en posiciones provocativas, tan calientes como el clima, se diluían en ese ambiente onírico donde unos cuantos borrachos jugaban al dominó, apostando los billetes que ganaron en la quincena. El cantinero, un menor de edad hijo del dueño de la cantina, atestiguaba la charla entre dos sujetos. Eran como animales extraños, estos ingleses, exhalando las virtudes de las cantinas mexicanas y su alcohol. Realmente era una escena cómica: vestidos de traje con el rostro colorado al que pasaban continuamente un pañuelo para limpiar el sudor que chorreaban, fumando puros en la barra de una cantina donde la pintura de las paredes estaba pelándose y el abanico amenazaba con caerse del techo; rodeados de campesinos que se sacaban los mocos sin ningún reparo, apestosos del olor a meadero que se impregnaba en el lugar. El contraste era inevitable. Lo único que ligaba a estos seres en decadencia era el alcohol. Tanto aquel campesino gordo que carecía de dientes como el guitarrista de la entrada, con su rostro amargo, vivían de la “bevida”.
- ¡Aa-mii-goo! Esto es… es… ¡magnífico! - el guitarrista que tocaba ensimismado, en la mera entrada de la cantina, paró su mano en el último acorde, asustado de momento por el grito de Lowry, “pinches gringos”, pensó - ...mierda, es increíble, amigo. Siento que con unos cuantos más quedaré absolutamente ebrio… este aroma, el sabor… mi garganta arde como si hubiera bebido lava, pero se siente bien…
Bartleby le contó de su descubrimiento en la tumba zapoteca, el mezcal que cuidaba el esqueleto era mucho más fuerte que éste y además tenía propiedades asombrosas. Le habló acerca de los sacerdotes que en sus rituales ingerían el licor y luego se arrojaban al piso vomitando porque no soportaban las vertiginosas visiones que llegaban a sus mentes.
- Tomarlo significaba entrar en otro plano de la realidad… era una bebida que podía ayudar a dilucidar cualquier misterio, cualquier problema que aquejara a la comunidad. El mezcal abre la puerta a grandes revelaciones, el conocimiento asomará en los ojos de quien lo haga… pero darle un trago al mezcal de la calavera, es darle la bienvenida a la muerte… qué contradicción… se necesita ser muy estúpido para adquirir todo el conocimiento. He probado algo: rebajar la pureza del alcohol mezclándolo con agua, aun así la bebida es muy fuerte. El “Mezcal de plata” no es más que la versión suave del mezcal de la calavera. Esta botella – señalaba la que estaba en la barra – es el destilado común y corriente, sólo las entregas especiales del “Mezcal de plata” contienen a la calavera… Sería un caos vender el producto original, el efecto que causa puede resultar traumático a una persona no iniciada…
Lowry rió estruendosamente, su amigo le estaba tomando el pelo. No creía esas historias de sacerdotes indígenas y poderes mágicos. Sopesó la posibilidad de una gran broma elaborada cuidadosamente semanas antes de su arribo a México, este paraíso infernal.
- ¿Esperas, acaso, que crea toda esa mierda que acabas de inventar? – dijo Lowry mientras observaba un gusanillo rojo en el fondo de una botella.
V
(Diario de Martin Ninck, 15 de Agosto de 1957)
Regresé hace dos horas, ya sé quién es el asesino. Soy yo. Me he fugado con María.
He visto cosas horribles, pero esto es inenarrable… el gobierno británico tendrá que perdonarme pero yo, Martin Ninck, renunció a mi cargo como detective. Me desligo de toda relación con la reina y con la isla, no pienso volver.
La clave del misterio está en la amistad de Herman Bartleby con el escritor Malcolm Lowry. Éste necesitaba del mezcal para terminar una novela en la que se encontraba trabajando. Su alcoholismo, el divorcio de su mujer Jan Gabriel y la presión que ejercía el editor Jonathan Cape sobre él, llevaron a Lowry a incurrir en el robo de varias botellas del “Mezcal de Plata”. Bartleby no tuvo otra opción que pedir ayuda a la policía de Quauhnáhuac. Una semana después, el escritor visitó al arqueólogo con la aparente intención de disculparse, pero en un arranque de locura, ante la presencia de María (así es como se llama la mujer de Bartleby), disparó contra él, dejándolo malherido. Aprovechando la oportunidad, hurtó un envase de vidrio que contenía mezcal. Sabemos que Lowry escapó a Canadá donde murió el pasado 26 de junio en extrañas circusntancias…
Lo siguiente que voy a relatar es difícil de creer, aunque la verdad no me interesa si soy tomado por un demente. Luego de recibir varios disparos en el pecho y del robo de aquella botella, Bartleby decidió unirse al mezcal; con la ayuda de María se introdujo en un contenedor lleno del alcohol… así se perpetuaría y a la vez produciría el verdadero Mezcal, dice María. Las consecuencias no fueron las esperadas, Bartleby pronto se degradó...
Cuando entré en la casa nunca esperé hallar eso: un ser extremadamente delgado, con la piel adherida a los huesos como telaraña y los ojos hundidos. Bartleby me miraba desde la pecera gigante. Aquella figura primigenia me recordó los sueños profundos y antiguos del vientre telúrico, un asco insoportable se apoderó de mí. Así que disparé.
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