Queridísima madre:
(...) Fuimos a ver a un viejo amigo -tras observar cómo la luna llena se elevaba sobre el volcán Iztaccihuatl- y luego, al salir a la calle, descubrimos que había un eclipse de luna que se convirtió en eclipse total mientras volvíamos a la pensión. A cada ojeada que echábamos entre los muros y a través de los árboles, nos llegaba una imagen extrañamente bella del creciente eclipse, hasta que finalmente, al doblar una esquina, fue total, y la luna se convirtió en una sombra herrumbrosa. Después de la cena tuvimos que hacer algunas visitas más, siempre en oscuridad total, pero cuando al fin volvimos a casa y salimos al balcón, la luna se veía de nuevo y brillaban las estrellas. Titilaban como joyas envueltas en blancas nubes algodonosas y, en lo alto, la luna llena brillaba como siempre, deslizándose por un vasto cielo de color zafiro hacia una especie de blanco océano de algodón...