Los caminos se cierran y no hay retorno posible. La justicia es inverosímil; el perdón, impensable y el amor, incompleto. Fueron echados del Paraíso por destruir el Jardín y no hay atajos de regreso, ángeles con espadas de fuego custodian la entrada, sólo queda seguir adelante en el camino abierto a partir de suposiciones, un camino que se aleja cada vez más del Jardín, pero que ahonda en la libertad personal y que permite la invención de sí mismo. Es decir, sólo queda la labor del héroe, cuyo trabajo consiste en generar nuevos paradigmas.
El concepto de héroe apareció por primera vez en Grecia y fue Píndaro (aquel que 500 años antes de Cristo dijo: “no aspires a la inmortalidad, pero agota toda la extensión de lo posible”, volveremos sobre el tema) quien distinguió entre dioses, héroes y hombres. A su vez Platón diferenció dioses, demonios, héroes y hombres. En la época arcaica, Hesiodo definió héroe como “semidiós” o “dios local”, mientras que Aristóteles declaró que los héroes eran, tanto física como moralmente, superiores a los hombres.
El héroe, aunque es objeto de culto, no es, en modo alguno, una divinidad. Tampoco es un ser humano, o por decir mejor, ya no es un ser humano. Ha sido un ser humano y, tras haber vivido, los que le sobreviven cantan sus altas proezas y siguen su ejemplo.
Geoffrey Firmin, El Frijolillo, Cónsul en la sinecura de Quauhnáhuac “un puesto en el que existían menores probabilidades de que fuera a causar molestias al Imperio…” (Bajo el volcán, Capítulo I) es el héroe que Lowry va inventando en la novela, es un héroe que no tiene ninguna moral general que le indique lo que hay que hacer, sólo sabe que es libre y que debe elegir. Enfrentado a su destino, elige “…en alas del noto entre la bruma / cruza la blanca mar, sin que le asombre / la hinchada ola de rugiente espuma…” como pone en el epígrafe tomado de Sófocles, pero a pesar de que elige y toma decisiones, no entiende “¿Por qué estamos aquí en lugar indebido y posición indebida, tan lejos, tan lejos, tan lejos de casa?” (Bajo el volcán, Capítulo XI) Pero, ¿cuál casa? ¿No es ésta nuestra casa?
Lowry levanta la mano y señala más allá, mucho más allá, arriba, porque “…esta noche, como hacía cinco mil años, saldrían y se ocultarían: Capricornio, Acuario, con Formalhaut solitario; Piscis y Aries; Tauro con Aldebarán y las Pléyades. “Cuando Escorpión se oculta en el sudoeste, las Pléyades se levantan en el nordeste. Y Ceto, la Ballena, con Mira”. Esta noche, como hace muchos siglos, la gente repetía estas palabras, o cerraba sus puertas, huyendo de las estrellas con acongojada agonía o se acercaba a ellas para decir amorosamente: “Aquella es nuestra estrella, tuya y mía”. O con ellas se orientaba más allá de las nubes o, extraviada en los mares o de pie en el castillo de proa y bañada por la brisa marina, de súbito las miraba mecerse; ponía en ellas su fe o su falta de fe; dirigía hacia ellas, en mil observatorios, los débiles telescopios en cuyas lentes nadaban enjambres de estrellas y nubes de astros oscuros y muertos, catástrofes de soles que habían estallado, o la gigantesca Antares que rabiaba hasta extinguirse, ardiente rescoldo pero quinientas veces mayor que el sol que ilumina la tierra. Y la tierra misma que sigue girando sobre su eje, rotando en torno de aquel sol, y el sol que gira en torno a la rueda luminosa de esta galaxia, las ruedas incontables, inconmensurables y cubiertas de joyas de incontables e inconmensurables galaxias que giran, giran, giran majestuosamente en lo infinito, en la eternidad, durante todo lo cual la vida seguía su curso. Mucho después de que Yvonne muriese, los hombres seguirían leyendo todo esto en el cielo nocturno, y a medida que la tierra girase durante aquellas lejanas estaciones y ellos contemplasen las constelaciones que seguían ascendiendo, culminando, poniéndose para volver a surgir —Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra y Escorpión, Capricornio cabra marina, y Acuario, portador de las aguas, Piscis, y luego, de nuevo y triunfalmente ¡Aries!— ¿acaso no seguirían también ellos preguntándose la eterna, la insoluble interrogante: ¿para qué?” (Bajo el volcán, Capítulo XI).
FG
Quauhnáhuac
06.03.19