domingo, 22 de abril de 2018

Leonardo Compañ


Conocí a Leonardo Compañ en la cuadrilla de los lowryanos de Quauhnáhuac, era la época en que la Fundación Malcolm Lowry hacía mucho trabajo de divulgación para dar a conocer al autor de Bajo el volcán, que era desconocido en Cuernavaca. Un día, exhibimos, en La Casona Spencer, Las manos de Orlac con Peter Lorre, allí estaba Leonardo y había traído a sus alumnos de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Empezó a explicar la importancia de Las manos de Orlac en la novela, dijo que el título de la película estaba citado dieciocho veces en la novela (no le creí, por supuesto, pero años después supe que era cierto), dijo que Maurice Renard había escrito Les Mains d’Orlac, luego habló de la primera versión cinematográfica de 1924, del cine expresionista alemán, de la versión de 1935 con Peter Lorre bajo la dirección de Karl Freund que también había dirigido El Golem (1920), El último (1924), Metrópolis (1927), Berlín, sinfonía de una ciudad (1927) y después, habló de Peter Lorre y su brillante actuación en Las manos de Orlac y que había trabajado también con Hitchcock en El hombre que sabía demasiado (1934) y leyó el párrafo donde aparece por primera vez el nombre de la película en Bajo el volcán: “Sin aliento, se guareció bajo el pórtico en la entrada del teatro que, no obstante, parecía más bien la entrada de algún lóbrego bazar o mercado. En ella se apretujaban los campesinos que llegaban con sus canastas. Ante la taquilla, vacía por el momento y con la puerta entornada, una gallina solicitaba frenéticamente que se la admitiera (y aquí Leonardo llamó la atención sobre el humor desaforado de Lowry). Por doquier la gente encendía linternas o fósforos. La camioneta con el magnavoz se alejaba en medio de la lluvia y los truenos. ‘Las manos de Orlac’, anunciaba un cartel: ‘6 y 8.30’. ‘Las manos de Orlac, con Peter Lorre’”, y sugirió que para Lowry la película era importante porque le obsesionaba la obsesión del doctor Gogol por Yvonne Orlac, esposa del pianista Stephen Orlac; además, Gogol era un caballero educado y elegante que combinaba esa faceta con otra oscura y perversa, no sólo por la obsesión que sentía hacia ella sino por su atracción hacia lo morboso que lo llevó a asistir a ejecuciones de presos y que eso eran “ciertas fuerzas existentes en el interior del hombre que lo llevan a sentir terror de sí mismo” (Lowry dixit).

Leonardo era un experto, como pocos. Luego se fue a sentar entre los espectadores, en la oscuridad de la sala, como le gustaba estar, tras bambalinas, y empezamos a beber mezcal. Para cuando la película terminó, nosotros estábamos en otra dimensión: habíamos entrado al corazón del Cónsul y de algún modo, inexplicable, por supuesto, lo sabíamos todo. “¡Ah, dijo, todo es tan desmesurado!”.

Hace unos días, Óscar Menéndez me dijo: “Murió Leonardo Compañ”. No lo podía creer. Hablé con Óscar López, el editor de El Perro Azul (¿Se acuerdan?) y me dijo: “Sí, Leonardo murió”. “¡Ah, dije, todo es tan desmesurado!”
FG
Quauhnáhuac
22.04.18




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