“¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?”, el endecasílabo es de Borges, pero hace crujir las cuadernas de Bajo el Volcán, este barco silente que hiende el Mar de los Sargazos en el viaje que nunca termina y es de la misma trama de la bengala que traza la ruta de la novela: “¿Le gusta este jardín que es suyo?”
“¿Quién hubiera creído jamás que algún desconocido sentado, digamos, en un baño, en el centro del mundo, pensando míseros pensamientos solitarios, pudiera determinar el sino de todos…?”, el Cónsul está pensando el mundo y lo crea y lo destruye a la vez, como los antiguos Dioses Mesoamericanos “Nel mezzo del puerco cammin di nostra vita...”
Es decir, lo que el Cónsul está pensando mientras chupa un limón o se sienta en el baño, es que el Jardín está aquí, es éste, éste que vemos sin ver todos los días, que nos corresponde y del que somos responsables.
No es casual que todo transcurra el dos de noviembre y que haya procesiones y velas y rezos y muertos a la vera del camino y dolente dolore y toros y feria y borrachos y traiciones. “¿O acaso es porque al través del infierno hay un camino, como bien lo sabía Blake, y aunque no lo recorra, en los últimos tiempos he podido verlo a veces en mis sueños? Me parece ver ahora, entre los mezcales, esa vereda, y más allá, extraños paisajes, como visiones de una nueva vida...”
Pero, hay más, aunque para eso se necesita que el sistema nervioso esté electrizado por el rayo del “mezcal, por favor”, la plenitud del Jardín que se extendía al otro lado de la carretera principal con “campos y boscajes entre los cuales serpeaban un río y el camino de Alcapancingo. (Donde) La atalaya de una prisión se elevaba sobre un bosque entre el río y la carretera que se perdía más adelante, allá donde las colinas purpúreas de un paraíso a la Doré desaparecían en la distancia. (Mientras) En la ciudad, las luces del único cine de Quauhnáhuac, que construido en una colina se destacaba notablemente, se encendieron de pronto; vacilaron un momento y volvieron a prenderse…”, es la convicción (emparentada con “convicto” y con “prisión”) de que ‘No se puede vivir sin amar’.
Eso es todo: no… se… puede… vivir… sin… amar… Ésta es la conditio sine qua non para vivir en el Jardín, el Paraíso Viviente.
¿Le gusta este jardín que es suyo?
FG
Quauhnáhuac
06.05.18
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