El Cónsul, Geoffrey Firmin, sentado en la cantina, está haciendo lo esencial (aunque parece que está haciendo nada) mientras sigue, sin duda alguna, aquella máxima de Marco Poncio Catón (95-45 a de C) que dice: “nunca hacía más que cuando nada hacía y nunca se hallaba menos solo que cuando estaba solo”. Porque metido en la cantina, el Cónsul está en la arena donde se enfrentan los problemas fundamentales del hombre. Es un acto de soledad que tiene un sentido estético profundo y que, paradójicamente, enaltece su vida porque nos involucra: a fin de cuentas todos somos sólo uno. “La vida de un extraño” que vive el Cónsul lo tiene desconectado del mundo tratando de encontrar las últimas razones: el sentido del nacimiento y la muerte, arriba de él y “encima de la ciudad, en medio de la noche oscura y tempestuosa, la rueda” está girando... Necesita resolver el misterio y apenas tiene tiempo: ese día debe morir...
FG
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