Hay varias clases de bebedor, pero el tipo de bebedor que es Malcolm Lowry, piensa con rapidez e imaginación, descubre interrogantes de fondo a las que es capaz de buscar soluciones novedosas siguiendo una lógica intuitiva. Invariablemente siente la imperiosa necesidad de quitarse del cuello el collar que lo aprisiona y lo consigue cuando logra salirse de la cotidianidad para vivir en el límite, como uno más de los marginados sociales. En él se percibe el poderoso embrujo del mezcal y sus ritos y misterios, y en él es válida la aseveración de C. G. Jung: “Alcohol en latín es spiritus y se utiliza la misma palabra para la más alta experiencia religiosa, al igual que para el más depravante veneno. Por lo tanto, la fórmula útil es spiritus contra spiritum” (carta de Jung a Bill W., Kusnacht Zurich, 30 de enero de 1961).
Esta clase de bebedor fue el que halló Yvonne en el bar del hotel Bella Vista, la mañana del dos de noviembre de 1938. Era Geoffrey Firmin, el Cónsul, había bebido en los últimos meses no para llegar a la estolidez sino para encontrar la fosforescencia en donde nadie la ve. Siguiendo su propio camino con intrepidez y coraje, se encontraba navegando en busca de una ruta entre la maraña aparente del mundo para ver más allá, a través de todas las ilusiones. El personaje que Malcolm Lowry cinceló para la posteridad nada tiene que ver con el virtuosismo orgulloso de la “gente buena” que a menudo nos sorprende tanto porque nunca pueden resquebrajar, a pesar de su “bondad”, el duro cascarón de la autocomplacencia y la mentira. Tal vez por eso Bajo el Volcán es una obra maestra. Pero no sólo por eso, en realidad Firmin es capaz de dejarnos perplejos, casi en cada una de las páginas de la novela, con su delicadísima comprensión de la experiencia estética, como si se tratara de una bofetada de luz:
“¿Qué belleza puede compararse al de una cantina en las primeras horas de la mañana? ¿Tus volcanes allá afuera? ¿Tus estrellas? ¿Ras Algethi? ¿Antares enfurecida en el sur sudeste? Perdóname, pero no. No son tan hermosas como por fuerza lo es esta cantina que acaso no sea propiamente una cantina; pero piensa en todas aquellas terribles cantinas en donde enloquece la gente, porque ni las mismas puertas del cielo que se abrieran de par en par para recibirme podrían llenarme de un gozo celestial tan complejo y desesperanzado como el que me produce la persiana de acero que se enrolla con estruendo. Todos los misterios, todas las esperanzas, todos los engaños, sí, todos los desastres existen aquí, detrás de esas puertas que se mecen”.
FG
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