domingo, 5 de junio de 2016

Oscuro...




En la parte anterior de la iglesia, ante un oscuro y sangriento Cristo inclinado, había un hombre de rodillas con los brazos en alto, como un arado abandonado, en una súplica sin fin. Ante un altar a la derecha, una mujer estaba arrodillada en el piso con las manos extendidas. Tenía consigo una criatura y en el suelo también había una botella de trago. En el banco que estaba frente a él vio, cuando se pusieron de pie, un borracho acurrucado y dormido en cuyo rostro también había, sí, una expresión de paz y de infinita piedad. El sombrero se le había caído al suelo y Sigbjorn lo recogió. ¡Cuántas veces, de la misma manera, el propio sigbjorn había buscado santuario en esa ciudad terrible! En la oscuridad de la puerta se detuvieron una vez más, ante el Santo de las Causas Desesperadas y Peligrosas. Pues sólo aquellas del otro mundo podrían ser más peligrosas y desesperadas que las más desesperadas y peligrosas de éste.
Pero esta vez, lo mismo que un niño, Sigbjorn incluyó en su oración no sólo a Fernando, a Primrose y a él mismo, sino al hombre suplicante cuyas manos se mantenían en alto, la mujer con la criatura y la botella de trago, el borracho, el gerente del banco y hasta el mundo entero.

Malcolm Lowry. Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Capítulo XI


No hay comentarios.:

Publicar un comentario