Alguien en el auditorio le preguntó a Gordon Bowker: “¿Alguna vez, Malcolm fue feliz?” Bowker contestó:
Sí, una vez fue feliz, en Dollarton, hacia 1941. Tenía únicamente 200 dólares a su nombre, pero eso era para él una fortuna. Pagaba un alquiler mínimo, él mismo cortaba su leña, acarreaba su agua, pescaba, iluminaba la choza con velas y lámparas de aceite y cocinaba en una estufa de leña. Encender las lámparas se convirtió en un ritual para Lowry, y el atardecer era su hora más dichosa. Era la hora, le dijo a Margerie, de quedarse solos, de encender las lámparas, de cerrar las cortinas, de aislarse del mundo y de estar juntos. Tenían un bote, el My Heart is in the Highlands y, a veces, desafiaban las caprichosas corrientes de la caleta (un domingo, remaron más de setenta y cinco kilómetros hasta la desembocadura del Río Indio, y volvieron a la luz de la luna). Los principales lugares para escribir le resultaron una banca frente a la ventana, o de pie, apoyado en la mesa. Al lado de su cama tenía una Biblia, las Varieties of Religious Experience de James, un libro de poesía y algo de Dostoievski. Se podía vivir como un rey con casi nada, escribió; de hecho, mucho mejor que la mayoría de los reyes, en muchos aspectos.
Sin título, Óleo de John Spencer
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